JACINTO


Jacinto
Llegué a mi casa actual hace más o menos dos años.
Fue todo muy rápido, llegué a una familia muy numerosa, no sólo de personas sino también de mascotas.
Antes de que me adoptaran, fui a parar a un hall de entrada de un edificio. No se si me fui de mi casa o me perdí, la cuestión es que llegué de noche, lo único que recordaba era que hacía mucho frío. Esa misma noche, por lo que me contaban los inquilinos del lugar, a la mañana siguiente, me había atropellado un auto, tenía una pata muy dolorida.
La señora de la planta baja, me decía que no tenía lugar para mí en su casa. Sin embargo me dio un abrigo viejo, una cucha donde dormir, agua y comida.
Al día siguiente me habían echado del lugar y nadie sabía nada de mí.
La mujer de la planta baja me encontró, de nuevo despojado de todo aquello que me había dado, y decide proporcionarme otro abrigo, una caja donde dormir, agua y comida. Esa noche dormí calentito y con el estómago lleno; por dentro decía: “panza llena corazón contento”, y realmente me sentía satisfecho.
Luego cuando el sol asomaba, alguien (un hombre) despiadado, me vuelve a quitar y a dejar sin nada de lo que la mujer me había dado. Me echó a la calle sin compasión, sin piedad. Todos los inquilinos empezaron a murmurar, y a preguntarse quien me había echado a la calle.
Entre preguntas y suposiciones, un hombre, del tercer piso de ese edificio, sale para trabajar; y yo me encontraba deambulando cerca del edificio; y pregunta con un tono muy autoritario: “¿Quién le puso esas cosas al perro?, refiriéndose a mí, que ni siquiera tenía nombre, o por lo menos no lo recordaba.
La mujer dijo: “¡Yo le puse las cosas!”, exclamando y reclamando a la vez.
Y el hombre despiadado, mal intencionado y sin corazón, la amenazó con llamar a la perrera para que me venga a buscar en veinticuatro horas, e indiscutiblemente entregarme a un destino cruel, el de la muerte.
Todos los vecinos se preocuparon y trataban de buscar una solución. Unos decían pobrecito, no me gustaría que lo maten; otros decían es viejito, tiene una carita. Pero nadie hacía nada. Me sentía desdichado porque nadie podía hacer nada más que lamentarse, nadie podía separarme de mi destino, de aquel tan aplastante, tan cruel y mortificante, tan gris y oscuro, tan terrible e inaceptable final; cuando todo parecía perdido y sin remedio la hija de la mujer de la planta baja tuvo una idea, y dijo: “yo lo puedo cuidar hasta que le consigamos casa, pero tenemos que buscarle casa porque yo no me lo puedo quedar”.
Mi vida se debatía en ese momento, dependía de alguien a quien le causara un poco de compasión, ternura o al menos lástima. Estaba triste, hasta que unas chicas del primer piso, estudiantes y con muy pocas ganas de que me sacrificarán sin haber hecho nada, porque si por lo menos había mordido a alguien o le había faltado al respeto a alguien o a algo todavía, pero mi ejecución sería sin ninguna causa, iban a sacrificar a un animal que no tenía culpa de nada, no había cometido ningún delito. Decidieron preguntarle a su madre si podían llevar “otro” perro a su casa. Y digo “otro” porque ya eran muchos.
Al principio, la madre, presentó un poco de resistencia pero luego dijo que sí; sus hijas le decían que por lo menos lo iban a tener hasta que le consiguieran un hogar donde quedarse.
Entonces las chicas bajaron contentas y me llamaron para que subiera con ellas a su departamento. Era lindo, era cálido y muy luminoso. Yo estaba callado, con miedo, aturdido porque no sabía con lo que me iba a encontrar.
Sin embargo, ellas me dieron lo que ese hombre me había quitado. Al día siguiente una de ellas se levanta temprano para ir a la facultad y me saca a hacer pis; ya no aguantaba más, al estar dentro del departamento me aguanté toda la noche, aparte habían sido tan amables que lo menos que podía hacer era mantenerme limpio.
Por primera vez, cuando baje y salí a la calle, le hablé, me retorcí, le mostré agradecimiento y alegría por lo que habían hecho por mí.
Al medio día decidieron volver a su ciudad, entró en mi una duda ¿me llevarían con ellas, cumplirían con lo que le habían dicho a su madre?, estaba preocupado.
Pero rápidamente se preguntaron ellas como harían para llevarme, entonces fue ahí que me volvió el alma al cuerpo. Así fue que me pusieron primero dentro de un bolso pero como yo era tan pesado se rompió. Luego en un segundo intento me pusieron en una caja de bananas y dio resultado.
Bueno, pasé desapercibido para subir al colectivo que llevaba a destino a mis nuevas dueñas, pero igual el colectivero a pesar de mi camuflaje se dio cuenta y no dijo nada. Dormí todo el viaje, no hice ningún tipo de ruido, por las dudas.
Llegando a la ciudad, me bajaron con caja y todo. Viajé cómodo, un poco entumecido, pero bueno antes que estar en la calle y pasar hambre, frío, esto era poco.
Llegué a la casa, que ahora iba a ser mi hogar y me iba a acobijar. Tenía muchas expectativas, ¿me querrán, cómo serán?, me preguntaba, a su vez quería espiar por el agujero de la caja, no veía demasiado.
El momento esperado llegó. Salí de la caja con miedo, esperando a ver las reacciones de los demás habitantes de la casa. Al principio el papá fue el que mucho no quería que estuviese ahí, pero luego junto con los demás, me empezó a querer. Me hicieron muchos regalos, un hogar, un cálido y confortable hogar, me dieron agua porque venía con mucha sed y un poco de comida, y el regalo más preciado por mí, el regalo más lindo que alguien que te quiere te obsequia con mucho amor, el más lindo, fue un nombre “Jacinto”. Un nombre que me hacía ahora parte de esa familia, que me hacía sentir que ya no estaba solo en el mundo, que había alguien que me había rescatado. Se ve que me gustó, porque moví el rabo tantas veces como el aleteo de un colibrí.
Desde entonces tengo muchos amigos para compartir mis cosas y una familia muy grande, a la cual le agradezco cada día de mi vida que me haya adoptado, con lo difícil que es mantener a tantas mascotas.
No se de donde vengo pero si se que donde estoy, estoy bien protegido, amado y espero disfrutar mucho más de ellos, o por lo menos hasta que llegue la hora de irme. Agradezco también que me hayan compartido un poquito de su amor, por eso les digo
¡¡¡¡¡¡¡GRACIAS!!!!!!!


Historia realizada por Melisa Villarreal, basada en un hecho de la vida real. Jacinto actualmente vive y convive con Melisa y su familia adoptiva en Casilda.

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